El caso de Shaima

5 10 2007

 

El pañuelo o ‘hiyab’ no es una prenda de adorno ni de abrigo ni un tocado étnico, y el que tenga o no un carácter religioso resulta irrelevante; lo que parece claro es que se trata de un trozo de tela cuya única y expresa finalidad es tapar a las mujeres, taparles el pelo, las orejas y el cuello, esas partes del cuerpo humano que, en cambio, no tienen que taparse los hombres (vid Al Qaeda, 20-4-1986).

Es además una prenda que se impone, más o menos sutilmente, con mayor o menor violencia, no a una monja que se hace socia de un club y acepta libremente el uniforme, sino a todas las mujeres y únicamente a ellas por el solo hecho de serlo.

Por eso es sin duda un instrumento de sometimiento y de humillación. Miro en el periódico la foto de Shaima, esa niñita a la que, por fin, se le permite llevar voluntariamente el velo al colegio, y me sobrecoge verla tan pequeña, con ese trapo oscuro y enorme encima, que casi parece más grande que ella.

Pero me sobrecoge más aún comprobar que en España, este moderno país en el que apenas hace dos generaciones que las mujeres hemos logrado quitarnos el “velo”, las autoridades y muchas voces y plumas que se dicen progresistas muestran mayor sensibilidad hacia las costumbres bárbaras de un grupo social que hacia la dignidad y los derechos de esta niña.

Marta Fernández-Cuartero Paramio.Madrid.